GRACIAS POR TANTO, LOCO QUERIDO

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Gracias Nico, por hacernos soñar y creer que podemos volar.

Nicolás Servando Villamil Grasso nació el 11 de abril de 1965 en Mendoza, Argentina. Se formó futbolísticamente en el Atlético Argentino de su ciudad natal, donde estuvo entre 1982 y 1985, año en que se fue a Racing de Avellaneda, donde no tuvo mayores opciones.

Volvió a Mendoza en 1987, al Gimnasia y Esgrima de dicha ciudad, elenco donde no participó mucho tiempo, ya que cruzó los Andes para llegar a la portería de la Universidad de Chile.

En el equipo dirigido primero por Fernando Riera y luego Alberto Quintano tuvo rendimientos irregulares, sufrió una lesión en los ligamentos cruzados y aunque fue titular, decidió emigrar a fin de año.


Así fue como llegó en 1988 a Concepción, a cubrir un puesto que había sido ocupado durante largas temporadas por un referente como Daniel Montilla. Nicolás era un hombre sin medias tintas. Haciendo gala de su arrolladora personalidad y de la excentricidad que le conferiría el apodo de «Loco», se colgaba de los palos para intimidar, salía eludiendo jugadores hasta la mitad de cancha, alguna pifia monumental, otra tapada histórica, expulsado en uno, figura absoluta en otro, pivoteando córners, comiendo naranjas en su arco.

Un espectáculo en la portería, fue uno de los primeros porteros en desafiar el negro o el verde clásicos de los arqueros.

Tanto fue el éxito de su colorida vestimenta que instaló una tienda deportiva incluso en el centro de Concepción. Desafiando todos los esquemas, fue el ídolo indiscutido de grandes y chicos en su paso por Deportes Concepción.

Estuvo en el arco lila entre 1988-91, 1993-95 y 1997. Ocho campañas en las que vio a Deportes Concepción jugar Copa Libertadores, descender y volver a Primera División como campeón de la B. Su rendimiento crecía cuando se enfrentaba a rivales de mayor peso, entregando inolvidables actuaciones frente a Colo-Colo (1991 o 1995, notables ejemplos), Cobreloa en 1990, Unión Española en la liguilla para la Copa Libertadores y tantos partidos más, incluyendo los clásicos en Primera División contra Fernández Vial de aquellos años.

Nacionalizado en 1991, partió a Everton y luego a Ecuador, donde no tuvo mayor suerte, además de un frustrado paso al Sevilla de España. Terminó su carrera en Ñublense, en el año 1999.

En el malogrado año 2002, se le vio detrás del arco en un partido contra Rangers, dándole instrucciones al joven arquero Patricio Paredes y a toda la zaga lila (y sería la primera victoria, después de siete partidos, de ese Apertura).

Quizás su mejor faceta fue la de atajador de penales: en 1991 le atajaría un penal a Jaime Pizarro y otro a Trobbiani, ambas por Copa Libertadores.

Su obra más recordada fue en 1990, cuando se dio el lujo de atajar un penal de espaldas, a Richard Zambrano en el Estadio Santa Laura.

Nunca dejó de identificarse a sí mismo como el ídolo de los hinchas lilas, quienes en su enfermedad lo acompañaron y apoyaron sin pensar dos veces, sin mirar sus imperfecciones, sin olvidar que, durante muchos y gloriosos años, fue el mayor referente de los niños y niñas de los ochenta y los noventa. Todos queríamos ser Villamil.

Gracias, Nico, por hacernos soñar y creer que podemos volar.

 

La información es de Historia Lila.

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